La artista visual, educadora e ilustradora chilena, próxima a publicar sus dos primeros libros álbum junto a editorial Una casa de cartón, analiza su trabajo en el recién estrenado libro La evolución del aprendizaje. Fundamentos biológicos para reimaginar la escuela, escrito por Ragnar Behncke, y aborda parte de su experiencia construyendo una escuela comunitaria en Limache. [Créditos: Rina Letelier]
Por Francisca Tapia
Cuando nació su hija, Rina decidió mudarse a Limache (Región de Valparaíso), a un lugar en el que estar más cerca de la naturaleza y de alimentar su imaginario creativo. Había estudiado Artes Visuales con mención en Pintura y luego Pedagogía, descubriendo en el camino que su mayor interés recaía en la ilustración de libros. “No conocía el mundo de los libros ilustrados hasta que fui a una feria en el Parque Bustamante, hace nueve o diez años. Acompañé a una amiga que estaba estudiando ilustración y ahí me rayé. Empecé a buscar y a encontrarme cada vez con imágenes más hermosas, pero en este formato libro, reproducible, entonces pensé: estoy dando puro jugo pintando cuadros, esto es lo que yo quiero, algo reproducible que si hay alguien que se enamora de una imagen no tenga que pagar doscientos mil pesos” explica.
Este año publicará sus primeros libros álbum Caracol no tiene casa y La vieja de las flores con la editorial Una casa de cartón. Sin embargo, en su trayecto como ilustradora, ha colaborado en distintos proyectos, el más reciente es La evolución del aprendizaje. Fundamentos biológicos para reimaginar la escuela, escrito por el investigador en antropología social y educación Ragnar Behncke y publicado este mes de agosto por nuestra fundación; un libro que invita a reflexionar y repensar la escuela.
“Nació conversando el porvenir de nuestras vidas, yo estaba muy metida en el tema de la ilustración, mientras Ragnar estaba dándole vueltas a toda la teoría que tiene el libro, que bajó de la nube. Y no fue que él haya escrito el libro entero y luego yo lo haya ilustrado, fue un diálogo, por eso yo creo que quedó bien cohesionado, tan amalgamado el texto con la imagen”, comenta Rina. Un proceso que tardó alrededor de un año entre su escritura, ilustración y diseño.
—¿Cómo tomaste las decisiones gráficas de este libro? ¿Fue distinto el proceso a tus trabajos anteriores?
— La experiencia fue totalmente nueva, porque había ilustrado libros de poesía, pero nunca cosas vinculadas a la ciencia o a la teoría. Fue distinto, pero a la vez, un proceso muy natural y también súper ligado a mi trabajo con los libros álbum, porque al final hay un imaginario sensible que a mí me interpelaba directamente y que habla de la infancia, que es un tema que a mí me interesa mucho, como mamá y desde la pedagogía.
Con unas vecinas creamos una escuela ecológica y popular hace seis años, por eso el tema era muy familiar, en cuanto a mi interés por la crianza y por la educación, entonces era un imaginario que yo ya tenía y que me interesaba mucho. Ragnar tenía una visión más teórica, de sistematización de todas estas ideas y la evolución, que para mí fue lo nuevo, descubrí cosas hermosas, entendí el origen de miles de ideas que yo venía pensando y cuestionando hace años: en la creación de la escuela, como mamá, la importancia de las abuelas, cómo criar, por qué es tan difícil, eso me interpelaba harto, el criar sin red, sin tribu y la necesidad.
La crianza tiene que ser en tribu. Yo tuve la experiencia de que cuando nació mi hija, con el papá de ella, nos aislamos para criar, estábamos al principio súper encerrados criando y yo tenía un dolor muy fuerte porque las mamás nos sentimos así en muchas ocasiones, cuando no tenemos toda esa red, qué pasa, por qué esto no funciona, esto es doloroso… Y eso, era un mundo que yo sentía mucho desde la emoción, entonces las imágenes surgieron muy espontáneamente, conversábamos y altiro hacía un dibujito, se lo mostraba a Ragnar y ya, por aquí va.
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